Abigail: La voluntad del Señor

Hoy en día, a menudo Dios elige hablarnos a través de Su Palabra, Su Espíritu y la sabiduría de otras personas. Pero cuando David enfrentó la tragedia, Dios habló a través de un efod, una oración y un sacerdote.

En el pasaje de hoy, David y sus hombres regresaron a Siclag solo para encontrarla quemada hasta los cimientos. Siclag fue una ciudad anteriormente filistea, traspasada a David en 1 Samuel 27:6. Sirvió como hogar para muchas mujeres y niños mientras los hombres estaban en guerra. Los amalecitas habían invadido Siclag y capturado a las mujeres y los niños israelitas, incluidas las esposas de David: Ajinoán y Abigail (1 Samuel 30:5).

Todos los hombres, incluido David, se afligieron “se pusieron a llorar y a gritar hasta quedarse sin fuerzas” (v. 4). Entonces su dolor se volvió vengativo y conspiraron para apedrear a David, el objetivo más disponible. David estaba “muy angustiado” (v. 6 LBLA). Sin embargo, el pasaje también declara que “cobró ánimo y puso su confianza en el SEÑOR su Dios” (v. 6). Su integridad seguía intacta.

David le pidió al sacerdote Abiatar que trajera el efod, un medio sancionado por Dios para buscar la voluntad del Señor. Y David preguntó si debía o no perseguir al grupo. El sacerdote dijo que sin duda alguna David tendría éxito. Entonces, con esa seguridad divina, David y 400 hombres partieron en una misión de rescate.

Dios los condujo hasta un egipcio, a quien trataron con bondad. Se convirtió en su informante y los condujo directamente al enemigo. El ejército enemigo estaba esparcido por el campo, deleitándose con su saqueo. Un blanco fácil. Por la gracia de Dios y a través de Su poder, David recuperó todo, incluida Abigail. David se mostró claramente aquí como un líder que demostró bondad y buscó la sabiduría del Señor en todas las cosas.

• Cuando ocurre una tragedia, ¿cómo reaccionamos? Es fácil que nuestra primera respuesta sea desahogarnos en las redes sociales o acudir a un amigo cercano para pedirle consejo. La lectura de hoy es un buen recordatorio de que nuestro primer paso siempre debe ser arrodillarnos.