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18 de Junio del 2022 | Marcos 2:1–12
Hace unos años, mientras jugaba fútbol americano con unos estudiantes, olvidé que ya no tenía veinte años. Me lancé en busca de un pase, fallé y me rompí algunas costillas. Durante varias semanas fue insoportable dormir, reír o moverse. Mi rutina normal diaria se volvió dolorosa. Eventualmente, mis costillas sanaron y volví a mi estado normal, pero aprendí dos lecciones valiosas: (1) no soy tan joven como creo y (2) las lesiones físicas pueden ser debilitantes.
En el texto de hoy, leemos sobre el hombre paralítico que fue llevado a Jesús por sus amigos de una manera poco ortodoxa. En Capernaum, muy posiblemente en la casa de Pedro, una escalera exterior conducía a un techo plano de barro y paja. Los amigos del paralítico no podían entrar en la casa llena de gente, así que subieron la escalera, hicieron un agujero en el techo y bajaron con cuidado a su amigo (vv. 1–4). ¡Qué determinación! Nada se interpondría en su camino para poner a su amigo lisiado frente a Jesús. Ni una multitud, ni un techo, nada.
Sin embargo, las primeras palabras de Jesús no fueron lo que buscaban (v. 5). El hombre había ido para ser sanado físicamente, no para ser perdonado de sus pecados. No obstante, Jesús les estaba enseñando una lección poderosa. Había venido al mundo para ser más que un sanador físico. Él había venido a sanar a la gente de sus pecados.
Este es uno de los muchos casos en los que los maestros de la ley se enfadaron con Jesús y Sus afirmaciones divinas (vv. 6–7). Pero Jesús estaba en una misión. No solo estaba sanando sus cuerpos sino salvando sus almas. Vino como el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre para perdonar los pecados y ofrecer salvación.
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POR EL DR. CHRIS RAPPAZINI |
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El Dr. Chris Rappazini es profesor asociado y director de los programas de licenciatura y postgrado en Estudios Pastorales del Instituto Bíblico Moody y del Seminario Teológico Moody. Es el vicepresidente de la Sociedad Evangélica de Homilética. Con anterioridad, fue ministro asociado para la predicación y enseñanza de Southside Christian Church en Spokane, Washington. Chris, su esposa Ashley y sus tres hijos residen en el noroeste de Indiana. |