Llamados a adorar

Un día, llevé a mi hija al Instituto de Arte de Chicago. Mientras admira una pintura, accidentalmente me acerqué demasiado y sonó una alarma discordante. Había cruzado una barrera invisible. El sistema de alarma fue una forma útil de proteger el precioso arte, pero también sirvió como un recordatorio de que yo era solo un visitante del museo y tenía que mantener una distancia respetuosa.

En el Antiguo Testamento, a Israel se le recordaba la santidad de Dios cada vez que iban al templo. Fueron mantenidos a una distancia respetuosa de Dios. Por ejemplo, solo los sacerdotes podían ingresar al lugar santo. Y solo al sumo sacerdote se le permitía entrar al Lugar Santísimo una vez al año en Yom Kippur. Israel entendió que su acceso a Dios estaba limitado debido a su pecado.

Uno de los dones que hemos recibido a través de la venida de Cristo es un acceso más personal y directo a Dios el Padre. La lectura de hoy nos recuerda que, debido a la muerte de Jesucristo, podemos entrar con valentía al salón del trono celestial (v.19). ¡Qué privilegio! No tenemos que acobardarnos o acercarnos ansiosamente a la presencia de Dios, pero podemos entrar con confianza.

Debido a esto, el escritor de Hebreos anima a la iglesia a “acercarse a Dios con un corazón sincero y con la plena seguridad que trae la fe” (v. 22). Deberíamos reunirse con regularidad para la adoración colectiva y hacer pleno uso de los grandes privilegios que tenemos en Cristo (v. 25). Adorar juntos nos ayudará a aferrarnos a la esperanza que tenemos en Cristo hasta que Él regrese (vv. 23, 25).

• Quizás tengas dificultades para sentirte indigno ante Dios. Nuestra dignidad no se mide por nuestros propios méritos, sino por Cristo. En Él, somos dignos de estar en la presencia de Dios. ¡Siempre serás bienvenido a Su presencia! Alabado sea Dios hoy por ese gran regalo.