Llamados a ser embajadores

Durante la Guerra de Independencia americana, John Adams fue enviado como embajador a Holanda. Su objetivo era buscar el reconocimiento diplomático de Estados Unidos y obtener un préstamo para financiar la guerra. La tarea fue difícil. Durante cinco meses, el gobierno holandés se negó siquiera a reunirse con él. Pero después de un ataque de nervios y varios cambios, finalmente pudo cumplir su misión.

Ser embajador es un trabajo desafiante. Un embajador no debe preocuparse por deseos propios u opiniones personales, sino que debe representar fielmente al país que los envió. Ser elegido embajador es una marca significativa de confianza e integridad.

En la lectura de hoy, Pablo nos da ese título importante: "Somos, por tanto, embajadores de Cristo, como si Dios hiciera su llamamiento a través de nosotros” (v. 20). Jesucristo nos eligió como Sus representantes ante los demás. ¡Somos Sus embajadores!

Como embajadores de Cristo, nuestra misión es clara. Pablo lo llama el "ministerio de reconciliación” (v. 18). “Reconciliación” es una palabra noble, pero la idea básica es bastante simple. Se refiere a reparar una relación rota. Reconciliarse con alguien es pasar de ser su enemigo, a ser considerado su amigo. Las Escrituras enseñan que, debido al pecado, toda persona tiene una relación dañada con Dios. Sin embargo, se ha abierto un camino a través de Cristo para que todas las personas se reconcilien con Dios. Como explica Pablo, “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (v. 21).

Nuestra tarea, entonces, es apelar al mundo en nombre de Cristo para "ser reconciliado con Dios” (v. 20). Buscamos persuadir a los demás, no por orgullo o ambición por nuestro propio bien. Más bien, proclamamos fielmente el mensaje que se nos ha confiado.

• Como embajadores de Cristo, nuestro motivo principal es el amor que Él nos ha mostrado, "porque el amor de Cristo nos impulsa" (v. 14). Reflexiona sobre algunas formas hoy puedes servir fielmente como embajador de Cristo.